terça-feira, janeiro 02, 2007

"Los Lugares que Ocupa el Saber" / "Os Lugares que o Saber Ocupa" - Diogo Pires Aurélio

LOS LUGARES QUE OCUPA EL SABER


Diogo Pires Aurélio, 2004
(anterior Director da Biblioteca Nacional)


(Nota: original em Língua Portuguesa)

Debido a una de aquellas paradojas en las cuales la historia es fértil, tal vez no haja existido jamás alguien tan sensible a la arquitectura de las bibliotecas como Jorge Luis Borges, un ciego. En general, las bibliotecas y el saber que en ellas se guarda se asocian a una especie de lucha contra la voracidad del tiempo. En si mismo, el escrlbir es fijar algo, de manera que posibilite la comunicación con alguien que no está presente, o que se desconoce porque ni siquiera aun vive. Sin embargo, los materiales donde se escribe son siempre vulnerables, se pierden y corrompen el pasar de los anos. Por eso, las bibliotecas constituyen algo asi una segunda linea en ese combate por la preservación de lo que se ha registrado y perdura con el documento. Burlar el tiempo, guardar, para posibles lectores que vendrán en el futuro, copias de mensajes que de otra forma desaparecerian, ha sido siempre esa la función de las bibliotecas. Fue para eso que, según la leyenda, Heraclito de Efeso entregá sus obras en el templo de Artemisa, intentando de esta manera insuflarles el halo de inmortalidad que auguraba el estar cerca de la diosa. Las biblio­tecas, sin embargo, a la par con su relación con el tiempo, se recortan en la imaglnación de las civillzaciones tamblén como espacios, construcciones más o menos grandiosas, donde la búsqueda de una figuración sensible del saber y de los libros, con todo su peso mitológico y su variación por épocas y estilos, muchas veces, sobrelleva la inmediata funcionalidad. Los cuentos de Borges están impregnados de figuras de este tipo, disenos que se insinúan, en lo fantástico de su geometría, como esbozos de improbables edifícios donde se alberga las ilimitadas ganas de saber de sucesivas generaciones.

El saber se ampará, primero, en la intimidad de los templos, un espacio prohibido a los profanos. Algunos milenios después, ya en nuestros dias, comenzó a soltarse de las hojas de papel, tal vez el último de los materiales con el cual se hicieron libros y se difunde adora en la inmensidad de océanos virtuales, un espacio sin limites y, por esa razón, sin arquitectura. Durante ese tiempo, existe la historia de las bibliotecas, Y la historia de las bibliotecas, ese intervalo entre el misterio de los templos y la inmaterialidad de la Red, se traduce en una sucesión de modelos espaciales, todos ellos animados por el vértigo de guardar entre sus paredes todo lo que el mundo significa, arreglarlo al correr de sus galerias, organizarlo según la idea que los arqui­tectos tienen de él. La imaginación de Borges sintetiza lo esencial de ese projecto, en cualquiera de sus múltiplos y sucesivas configuraciones: «El universo (que otros llaman Biblioteca) se compone de un número indefinido,y tal vez infinito, de galerias hexagonales, con vastos pozas de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas (...) La biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible,»

Semejante projecto, en toda su ambición desmedida y babélica, vio la luz la primara vez en Alejandria, la ciudad expresamente fundada para atraer a gente y hacer converger y acumular saberes de toda parte del mundo en un único espacio: la bi­blioteca, Antes, ya habia bibliotecas. En Mesopotamia, en China, en Índia, en el mismo Egipto, ya habia constituido y guardado sus colecciones, más o menos extensas, más o menos envueltas en magia, en senales inscritas en baldosas, papiros o pergaminos Pero eran, sobre todo, colecciones que hoy llamaríamos nacionales, devotas a la cultura con la que se identificaba cada uno de esos pueblos, lo que explica también el carácter sagrado que se los atribuía y el misterio que las rodeaba, En Alejandria, por el contrario, se buscaba la universalidad, el conocimiento por el conocimiento, y por eso se acumulaban y se cruzaban saberes, fuese cual fuese la latitud o la cultura de la cual eran originarios. En las salas y corredores de su mitica bi­blioteca, se amontonaban por millares los rollos de pergamino, venidos de los cuatros rincones del mundo y escritos en la más diversas lenguas. Ahí eran catalogados, estudiados, comparados, traducidos. Se ignora la localización exacta y la forma arqui­tectónica que presentaría ese primor intento de poseer el universo, dominando y descifrando su representación en los libros. Se presume solamente que se erguia no muy lejos del puerto, abierta al vaivén de los barcos que cruzaban el Mediterráneo, trayendo a menudo, apretados entre las más diversas mercancias, nuevos rol los y volúmenes.

La biblioteca de Alejandria ardió, o fue destruida, no se sabe, pero el sueno de reunir la inmensidad de los textos en los cuales el mundo se desdobla y desvenda, bajo grafias y lenguajes diversos, perdurá hasta nuestro tiempo, recuperada por el huma­nismo del Renacimiento. A inicios del siglo XVII vemos generalizarse el modelo que preside las bibliotecas modernas, imbuídas, no sólo por el gusto de coleccionar, pero también, y sobre todo, por la noción de que el saber es algo que solamente crece com­ partido. En la Edad Media, los libros llegaron a atarse con cadenas y candados, ya sea porque eran objetos raros o porque con­tinuaban siendo asociados a un saber que los copistas reproducían en el silencio de los monasterios, paralelamente con lo sagrado, exactamente como en las civilizaciones más antiguas. En el humanismo, por el contrario, se afirma una nueva clase de gente, la burguesia intelectual, formada por esa institución europea que es la universidad, através de la cualla pasión por los libras se reinstala, convencida ahora de que la ciencia es algo siempre por terminar, algo que se hace por la confrontación entre lo nuevo y lo viajo. Las bibliotecas públicas surgen para corresponder a esa nueva actitud: la de la Universidad de Coimbra, que en 1597 aumentaba a sus estatutos un parágrafo en el que asumia expresamente esa condición; la Bodleiana, de Oxford, abier­ta en 1602; la Ambrosiana, de Milán, en 1609, la Angélica, de Roma, en 1620, la dei cardenal Mazarin, de París, en 1643, y asi suce­sivamente, un poco por todo el mundo de las letras, hasta llegar a esa metáfora viva que es la Biblioteca del Congreso, abierta en 1800, en Washington, donde el saber y el poder del pueblo se dan las manos, como si de hecho, a la democracia le fuese imposible pensar sin la mediación de ese nuevo instrumento que son las luces de la razón reflejadas en los libros.

Marcadas por el gusto arquitectónico de la época en que van siendo construidas, lo que sobresale en cada una de estas bibliote­cas, más que su adecuación funcional, es la forma como alias se incorporan y aprovechan una determinada idea del saber. La mayo­ria deveces son espacios monumentales, construidos de raiz sobre lo que restaba de un antiguo palacio, ostentando en sus paredes frontones, a la parcon uno u otro busto de mecenas que ahi encuentran la inmortalidad posible, esculturas con alegorias de las artes y las ciencias, dándose las manos en un concierto barroco de querubines y diosas en equilíbrio inestable sobre pilas de libros u hoje­ ando páginas donde se pueden ver leyendas que consagran las virtudes del saber. Sin embargo, allí dentro, en el interior de esos monumentos donde se celebra, en simultáneo, lo que quedó del pasado y la creencia en el progreso, quetiene lugar lo más auténti­co de las bibliotecas. Es alli que el silencio se impone, un silencio que es reminiscencia del secreto y de los misterios que hacían parte del mundo de los templos, donde estaban antes los libros, pero que continúa ahora justificándose como condición de lectura. El silencio es, por decirlo de alguna manera, el elemento de las bibliotecas, el objetivo primordial de la arquitectura que a ellas se dedica. Todo el diálogo que alli se entabla es entre los autores y sus lectores, por interpuesto volumen, y para que él sea posible es necesario que lo principal dei espacio de las bibliotecas públicas inspire y cultive el silencio. Es evidente que hay cuestiones que resolver y que hay otros menesteres y actividades que se desarrollan en el edifício de las bibliotecas. Sin embargo, nunca se debe perder de vista ni perturbar lo esencial, aquello para lo cual ellas existen y que es ese momento de auténtica revelación que la ledura puede ofrecer y que sólo en el silencio se acostumbra a dar. Tal como en los teatros, pero por razones exactamente opuestas, hay en las bi­bliotecas un problema de acústica, para cuya resolución no bastan las regulaciones y que, por eso mismo, convoca la arquitectura.

Al lado de los espacios dedicados a la consulta,están los espacios donde se guardan los libros. Hasta hace no poco tiempo, las dos funciones estaban contíguas. En las grandes bibliotecas que conocemos de la antigüedad, las estanterias forran totalmente las paredes, en medio de as cuales se cuelgan galerias que dan acceso a los estantes mas elevados. Cercadas por esos millares de lomos, con encuadernaciones más o menos lujosas, se enfilan llas mesas y las sillas, que son, muchas veces, muebles de estilo. Alrededor, reina un cierto tipo de solemnidad, austera pero sin convencionalismo, sobre la cual se derrama, timidamente, una luz colada por los vitrales de las claraboyas y de una u otra ventana. Porque tenemos también un problema de luz en las bibliotecas. Es necesario, por un lado, no afectar el ambiente de serenidad y de reflexión en los salones de ledura, por otro, no agredir la fragilidade los materiales con los cuales están hechos los libros. Pero, hoy en dia, por lo menos en las grandes bibliotecas, ya no existe esa cohabitación de la curiosidad de los ledores con la multitud detítulos visibles en los lomos, y los primeros pasos en la peregrinación ai saber se dan en esa antecámara que son los variados tipos de catálogos, Los libros, reposan en sótanos blindados o en torres inac­cesibles a los legos, permanentemente vigilados y protegidos para que ningún exceso de luz o de humedad los ponga en riesgo.

Entramos asi en un nuevo género de biblioteca, donde el espacio se ramifica, ya no solamente como antes, en réplica de la arborescencia en la que se representaba el saber medieval, poro en resultado de sucesivos desenvolvimientos de las funciones que se desenlazan en su interior. Hacia atrás, crecen los depósitos, para acoger cada dia más documentos, y además el arsenal de tecnologías destinadas a reparar aquellos que se van deteriorando, en un afán de coleccionar y preservar siempre más especies.Hacia adelante, a su vez, se multiplican los salones de lectura, a los que se anaden chora los centros audiovisuales y multimedia, ai mismo tiempo que se crean nuevas puertas de acceso, reales o virtuales, y nuevas llaves para que ellector pueda, lo más rápi­damente posible, obtener la información que busca. Las bibliotecas tienen cada vez más una vocación de laboratorios, fábricas donde se acondicionan y preparan de mil maneras y en soportes cada vez más sofisticados, los restos del pasado y del presente para la posible curiosidad del futuro. A pesar de eso, como observa George Steiner, refiriéndose a la British Library y a la Bibliothéque François Mitterrand, las más recientes de las grandes bibliotecas, «ellas son, en gran medida, mausoleos suntuosos a los que se asocia, a pesar de su arquitectura modernista y afirmativa, un aura de sepulcro, de inmovilidad solemne, insepara­bles de su propio concepto de museo y de archivo», Mientras que, como anade Steiner, su actividad nos hace recordar a una especie de «centauros, con mitad de santuarios y mitad de futuroscopios». Pero las tecnologías de producción, almacenamien­to y circulación del saber vaticinan un desequilibrio cercano a este cuerpo ambivalente. Y llegará, tal vez, un dia en el que sola­mente la segunda de las mitades dei centauro sobreviva, no quedándole a la primera otra función que no soa la de simple testi­go de lo que fueron, y de los que aún son hoy, las bibliotecas. En ese momento, estarán seguramente más cercanas a lo que alguna vez estuvieron de contener todas las representaciones del universo y todas sus combinaciones posibles. La Biblioteca de Babei ya se dibuja en el horizonte, aunque soa, por ahora, imposible prever, o siquiera imaginar, su forma arquitectónica. "

14 comentários:

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